Y no sé si es esta luz gris que tiene el día, o el recuerdo de 24 personas convirtiendo sus manos en gotas de agua en el «Magic circle» de aquella sala de conferencias en La Palisse, o si será que vuelvo a sentir la lluvia cayendo en Kigali, lluvia que exorciza y que limpia… no sé… pero tengo un viernes de melancolía. De preguntas. De dudas.
Y una única certeza. La lluvia.
Agua que cae y con ella sobreviene el peso de la vida que he acumulado a borbotones en Ruanda y que se me escapa por las uñas, por los poros, entre los dientes… que trata de crecer por dentro y se topa con mi perímetro de piel. Sal, sal, sal, inunda, ilumina…
Este mundo al que miran los mismos ojos encontrándolo a ratos tan extraño y desconocido.
Y yo. Transformada. Etérea. Liviana…
«pies para qué os quiero, si tengo alas para volar». Frida, mi vida, que has vuelto de mil maneras en estos 30 recién estrenados para recordármelo, para que no olvide. Vive. Ama. Porque eso eres tú más que nada, por encima de cualquier otra cosa. Pasión.