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Llueve

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Y no sé si es esta luz gris que tiene el día, o el recuerdo de 24 personas convirtiendo sus manos en gotas de agua en el «Magic circle» de aquella sala de conferencias en La Palisse, o si será que vuelvo a sentir la lluvia cayendo en Kigali, lluvia que exorciza y que limpia… no sé… pero tengo un viernes de melancolía. De preguntas. De dudas.

Y una única certeza. La lluvia.

Agua que cae y con ella sobreviene el peso de la vida que he acumulado a borbotones en Ruanda y que se me escapa por las uñas, por los poros, entre los dientes… que trata de crecer por dentro y se topa con mi perímetro de piel. Sal, sal, sal, inunda, ilumina…

Este mundo al que miran los mismos ojos encontrándolo a ratos tan extraño y desconocido.

Y yo. Transformada. Etérea. Liviana…

«pies para qué os quiero, si tengo alas para volar». Frida, mi vida, que has vuelto de mil maneras en estos 30 recién estrenados para recordármelo, para que no olvide. Vive. Ama. Porque eso eres tú más que nada, por encima de cualquier otra cosa. Pasión.

Volviendo a pasar por el corazón: re-cordis…

Estándar

Estaba a punto de cumplir 25 años, recién regresada de Barcelona donde, sin saberlo, o tal vez intuyéndolo, iniciaba mis caminos de paz; donde tuve que decirle ‘no’ (esa vez sí supe hacerlo) a una persona maravillosa que me descubrió que yo tenía un almario pero a la que seguramente me quedaba grande querer. Y se fue. A su loco país. Y se convirtió en papá. Acababa de leer ‘El amor en los tiempos del cólera’ y, secretamente, deseaba escribir como el Maestro, con todo el ahínco con el que se desea lo que se sabe imposible. Y acababa de abrirle, aunque muy tímidamente, las puertas de mi cicatrizado corazón a la persona que me sigue acompañando cuatro años después.

Todo lo que puedo llamar presente parte de ese momento embrionario en el que yo decidí ser yo contigo. Y antes de dejarme caer ya sin remedio, el día de tus 26, me quise convertir en acuarelista y pintarte y escribirte quién era, escogiendo los retazos de la que me creía ser en aquella mitad de mis veinte. Para que me conocieras un poco más, o tal vez para repetírselo a mi mente olvidadiza.

A veces necesito recordármelo. Sobre todo en estos días que me tocan de vez en cuando, los ‘días de náusea’ los llamo. Supongo que algunas cosas se van a venir conmigo cuando, en unos meses, suba al tercer escalón. No me gusta sentir esta náusea, la que se instala en el ombligo, por eso me toca volver a pasarme por el corazón, a ver si me recuerdo y me encuentro entre tanto lío.